03 Dec
03Dec


Hace mucho, mucho tiempo, en una montaña muy lejana de un pueblo escondido, se
podía ver un enorme castillo con tejados de color verde y ladrillos anaranjados. Allí
vivía una de las familias más importantes de aquel lugar, los hermanos Noor y Kumar
junto con su papá, su mamá y la abuelita.

Noor era una niña muy alegre, atrevida y algo alocada que cada día vivía un montón
de nuevas aventuras. En cambio, su hermano Kumar siempre la acompañaba pero se
quedaba en segundo plano, era un poco miedica, reservado y se fijaba mucho en todo.

Una tarde, Noor decidió salir a pasear al bosque que rodeaba el castillo porque sabía
que era el lugar ideal para vivir otra de sus aventuras, era como si aquellos
voluminosos árboles verdes le estuviesen llamando para jugar y no pudiera decirles
que no. Esta vez, quiso que su hermano la acompañase en el paseo y le propuso la
idea, pero Kumar no estaba muy seguro de aquello. Podría ser peligroso porque no
sabían qué iban a encontrar allí en el bosque.

Mientras decidía si acompañaba o no a su hermana, Kumar recordó la historia que un
día le contó su abuela sobre el árbol más antiguo del bosque, en el que todos los niños
de la zona habían tallado su nombre en la corteza y aún permanecían inscritos en ella.
Era como un eje cronológico en el que los nombres que aparecían más altos, cercanos
a la copa eran los de sus tatarabuelos e incluso los tatarabuelos de estos. Los que se
podían leer en la base, junto a las raíces eran los nombres de los niños y niñas que habían
nacido en los últimos años. Era, por lo tanto, un árbol muy especial e importante para
su pueblo. Sus ganas de conocer este árbol y tallar su nombre en él, luchaban contra
sus miedos e inseguridades. Finalmente aceptó acompañar a Noor y cuando se lo dijo,
se puso contentísima. ¡Por fin había conseguido que su hermano le acompañase en
una de sus divertidas aventuras! Esta prometía ser especial.
Aquella tarde salieron del castillo después de comer, casi con la comida en la boca.
Noor estaba nerviosa y no podía esperar más. Kumar se había encargado de preparar
una bolsa con comida, agua, linterna y un par de mantas por si acaso fallaba el plan
de su hermana. El camino por el que se dirigían al bosque tenía a los lados un montón
de flores de colores y se cruzaron con ardillas y ciervos.

Fueron avanzando entre todos los troncos de aquellos árboles y se fijaron en uno que
destacaba sobre los demás. Desde lejos parecía muy arrugado pero cuando se iban
acercando, pudieron apreciar que aquellas arrugas eran las tallas de los nombres en el
viejo tronco.

Al llegar junto al famoso árbol, una extraña sensación que mezclaba alegría,
nerviosismo, miedo y responsabilidad recorrió el cuerpo de los hermanos. Estaban
deseando poner su nombre sobre la corteza y que en el futuro otros niños los
recordasen al leerlos.

Entonces Noor cogió una piedra y la partió contra otra para hacerle un pico. Ella
pensó que si era capaz de subir a lo alto y tallar su nombre allí arriba, quien cruzase el
bosque lo leería desde lejos y le haría sentirse alguien súper importante. Sin decirle
nada a su hermano, comenzó a trepar por el tronco y consiguió llegar a donde
comenzaban las primeras ramas. Se sentó en una de ellas y grabó su nombre con
letras grandes. Cuando intentó bajar, se agarró a la rama que se partió por el peso y
tiró del trozo de corteza donde había escrito su nombre.

Kumar regañó a su hermana porque por sus ansias de protagonismo no respetó la
tradición y además había lastimado aquel árbol tan especial. Insistió en que debían
marcarlos en la base como le contó su abuela y tuvo una idea para poder arreglar el
estropicio que hizo su hermana y curar al árbol. Sacó una de las mantas que llevaba
en la mochila, la mojó con agua. Lanzó la otra manta sobre una de las ramas, se ató
un extremo a la cintura y pidió a Noor que le ayudase, que tirase del otro extremo
para poder subir sin dañar la corteza. Llegó arriba y rodeó con la manta mojada el
hueco que había dejado la rama partida, para ayudar a que se recuperase y se volvió a
bajar.

Al llegar abajo, pidió la piedra a su hermana e hizo algo que Noor no se esperaba.
Talló su nombre de forma vertical, haciendo coincidir la R de los dos nombres.
Cuando acabó, Noor le abrazó muy fuerte y le agradeció porque gracias a su
forma de actuar riñéndole cuando lo hizo mal, ayudando a sanar al árbol y enlazando
los dos nombres hizo que se diera cuenta de lo importante que era ayudar a los
demás, respetar a los mayores y compartir siendo felices siempre.

Se cogieron de la mano y regresaron al castillo muy contentos y con ganas de volver
a vivir nuevas aventuras juntos.

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